domingo, 31 de octubre de 2010

ley de medios

Editorial: "Ley de medios: un derecho humano"

Por Eduardo Sanguinetti - Filósofo

Un tema trascendente en Argentina hoy es la Ley de Medios, a la cual
adhiero, en principio por parecerme equitativa, democrática y sobre
todo y ante todo porque considera al lector-espectador un ser en todo
lo que ello implica, y a la comunicación como un derecho humano.

El ciudadano por ende es protegido por esta Ley de Medios ante la
información que recibe a diario, presentándole la realidad y no "una
realidad" dibujada y creada por la mafia de los dueños de los
monopolios de la "comunicación per se" y sus vastos intereses, que
abarcan no sólo lo mediático, sino que se extienden de modo exorbitado
a todo tipo de exclusiones-inclusiones, convirtiéndose en los señores
dictadores de las tendencias de todo tipo, incluidas las que destruyen
toda instancia ética que debe regir en la conformación y construcción
de la opinión responsable en una comunidad libre y no esclava de los
modas, modos y manías que convierten al desprevenido receptor en una
víctima de los caprichos megalómanos de una pseudo elite narcista,
siempre al servicio de tal o cual interés oscuro, privado y sucio, que
devienen en la destrucción de toda capacidad de análisis o
interpretación de noticia instalada, creando una realidad paralela, en
fin, esquizofrenizando al pueblo.

Adhiero a la Ley de Medios, ante todo y sobre todo por favorecer al
pluralismo, al disenso, a borrar de la triste historia de la
comunicación en Argentina "la información monolítica", que tantas
víctimas ha cobrado en su accionar cobarde y artero y censor (me
cuento entre sus víctimas), al servicio de los intereses de los
sicarios de la comunicación de masas, y no puedo dejar de hacer
memoria al arbitrario accionar del multimedios "Clarín", o "América"
en Argentina y por qué no hacer una similitud con "El País" del
Uruguay, que se prestan a los intereses de las oligarquías locales,
que siguen accionando en ambas márgenes del Plata, sumado a los
empresarios de nuevo cuño, neoburguesías ultraliberales, que guiñan su
ojo a las paleoburguesías, esperando entrar en el Nirvana de las caras
de los ricos y famosos, donde conviven desde una modelo devenida en
periodista, hasta un escritor espontáneo de fast-food a la carte,
posando con algún político con su última adquisición en las pasarelas
de la moda, a modo de broche sentimental, un mundo donde pareciera ser
lo que debiera, pero a no engañarse, la vida por suerte camina por
otros senderos, donde la libertad y la verdad tienen una contracara,
tal vez con menos sonrisas, pero con una cuota de placer legítima y
muy gozosa.

Nunca como ahora se han dedicado tantas líneas a los medios masivos de
información en tanto productores y reproductores de la realidad, ya
sea a través de la literatura o el periodismo, productos ambos del
trabajo de especialistas en estas tareas, cuyo final que se convierte
en principio es el establecimiento de la comunicación de quienes les
siguen.

Corroborar lo anterior es tarea sencilla si pensamos en el marco bajo
el cual surge este texto o si revisamos el acontecer nacional: los
medios y sus especialistas hablando cada vez con mayor preocupación y
seriedad de nosotros mismos.

La discusión, desde quienes a través de la academia o de la profesión
nos involucramos en su análisis, siempre ha tenido como punto de
partida y tesis final la crítica institucional: ellos nos dominan,
ellos nos dicen qué hacer, ellos nos dicen cómo debemos portarnos,
ellos nos dicen lo que es correcto y lo que no; en síntesis: ellos,
los medios masivos de información, nos dicen cómo debemos pensar y
acerca de qué.

Pero hoy, desde el pensamiento relativista hasta el absolutista, se
reconoce a la ética como principio clave en el desarrollo de nuestras
acciones, incluidas y obligadas las comunicativas.

Mentir, engañar, deformar, ocultar, cambiar, alterar, convierten a lo
comunicativo en acción antiética. ¿Mienten, engañan, deforman,
ocultan, cambian, alteran los hechos aquellos que hacen periodismo?
¿Son seres antiéticos per se? Hace tiempo millones de seres humanos
dejaron de creer que el mundo es dicotómico, aunque suman otros tantos
millones los que aún lo perciben así.

Nunca un todos pero jamás un ninguno.

Periodismo antiético lo hacen los hombres y mujeres de la profesión
con objetivos inocultables en su afán arribista, quienes obtienen
prebendas políticas o económicas, unos cuántos que utilizan la pluma
simplemente para tomar dictado de aquello que se les indica, los que
esperan recibir una mejor posición en su diminuta esfera de poder, los
que han dejado de creer en el concepto de público, aquellos a los que
el lector no inspira respeto alguno. Se sabe quiénes son, el rumor los
atrapa y la duda sobre sus dichos permanece.

Creemos que son necesarios para validar el trabajo de los otros,
muchos, que son ajenos a juegos como los descritos.

El conflicto radica en aquellos desconocedores de la relevancia de su
rol, a los que nunca podríamos calificar de antiéticos sino de
ignorantes de la Verdad: Es en estos hombres y mujeres en donde se
anidan los más grandes problemas. Muchos de ellos, periodistas muy
conocidos, no han hecho consciente su papel de constructores de la
realidad del espectador.

Las razones: necesidad de un salario, velocidad de una profesión: Este
tipo de periodista desconoce por una historia personal a la sociedad a
la que pertenece, a la que "sirve" e "informa".

Si no está cerca de su lector, en un ejercicio real de atención a sus
preocupaciones, ¿cómo trasmitir la realidad del espectador
desconocido? Cientos de voces apelan a la normatividad desde la ética
de la labor periodística pero antes sería necesaria una formación
integral dentro de la cual está la ética.

Es tiempo de formar en el lector, espectador una percepción ético
crítica respecto a su realidad primero para luego aterrizarlo en la
realidad mediática.

Retomar la agenda de medios asimilándola a la realidad de la que
parece estar divorciada, pero con la intención de ampliarla y hacerla
más compleja, menos reduccionista de los tres o cuatro temas que
dominan la discusión doméstica nacional.

El ejercicio arranca en cuestionar al lector con asuntos como ¿se
parece eso que ves en los medios a aquello que te sucede en el día a
día? No se trata de orillar a nadie a dejar de consumir las realidades
mediáticas en tanto ofertantes de un entretenimiento a veces único en
sociedades sin amplias posibilidades, por cuestiones financieras o
simple desconocimiento.

Bienvenida la Ley de Medios, bienvenida en su afán de reconocer
derechos y deberes en la difusión de la información, en libertad de
opinión, pugnando en que no se obstaculice la relación esencial del
medio emisor y del sujeto receptor de la noticia, una imagen ética en
espacio de convivencia de lo que siempre debe haber sido, un encuentro
de una esperanza forjada sobre los valores imperecederos de todo lo
que implica comunica

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